jueves, 6 de marzo de 2008

Leyendas urbanas

Hoy: The World is Yours

Cierto día, allá por los años noventa, un hombre de cierta edad se aprestaba a estacionar su Mercedes Benz en el Café Haití, como a eso de las 9:00 a.m., esperando con paciencia a que otro habitúe que ya se marchaba le dejara el espacio libre. Cuando este terminó de irse, el hombre de cierta edad retrocedió un poco para cuadrar bien tremendo armatoste, cuando, de pronto, una señorita guapa lo adelanta en su Hyundai del año color rojo, con la canción de moda a todo volumen en los parlantes, quitándole el espacio. Como si los crímenes no tuvieran castigo, la señorita bajó de su auto, y muy suelta de huesos se sentó en una de las mesas exteriores del café.

El tío se quedó de una pieza. Un repentino estupor demoró unos instantes su reacción. Sin salir aún de su asombro, se bajó del Meche y fue hasta la mesa donde ya le servían a la guapa su jugo matutino, y se produjo el siguiente diálogo:

–Señorita, ¿no vio que estaba por estacionarme en ese lugar?
A lo que la rubia al pomo, frescaza, respondió:
–Disculpe, señor, pero el mundo es de los vivos.
Y succionando una cañita, empezó a tomar su jugo.

Nuestro hombre de cierta edad se rascó las canas, y sin mayor aspaviento subió a su carro, retrocedió sus buenos metros, y acelerando, fierro a fondo, empotró el Mercedes contra el flamante carro rojo, convirtiendo la parte trasera de este en un acordeón de fierros retorcidos. Bajó del auto que no había sufrido mayor daño que algún raspón, y se dirigió nuevamente donde la guapa, quien, con los ojos como platos, sólo atinaba a sostener la cañita entre los labios. Con toda calma, el hombre le entregó su tarjeta a la vez que le decía:

–Disculpe, señorita, pero el mundo no es de los vivos. El mundo es de los ricos.

Dicho esto, volvió a su auto y lo estacionó un poco más lejos. Regresó al Haití, se sentó en su mesa de siempre y se tomó un café, tranquilamente.

Moraleja: no hay moraleja.

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